Revolución o cierre.

Es un momento difícil. No nos engañemos, es así.

Ya hablaba de ello a finales de agosto en este post.

La destrucción, con carácter cada vez más masivo, de puestos de trabajo. Los problemas de financiación. Los recortes de gasto público...

Raro es el día que no hay alguna noticia, de caracter maximalista o tremebunda (táchese lo que no proceda) que nos hace aumentar nuestro nivel de angustia.

Nos parece que ya no hay nada seguro, que no tenemos un punto de apoyo y que navegamos todos hacia lo desconocido.

Quizás estamos asistiendo a un cambio de civilización.

Cuando el vil metal pierde su valor, a todas luces ficticio, cuando impunemente unos rompen las reglas del juego para que todos salgamos perdiendo...

Cuando nos levantamos para ir a trabajar, pensando que quizás es el último día que lo haremos, cuando las deudas, las que tengamos, se hagan presentes con dolorosa dureza...

Ahora quizás ya no hay tiempo para un cambio tranquilo, el edificio que han edificado con sus mentiras está tan podrido que con un simple suspiro de un bebé se derrumbará por completo.

¿Y que nos queda? NADA.

Es momento de una revolución, de la revolución, incruenta, del cambio de civilización.

Es momento de reflexión: quienes sómos, qué queremos y a dónde queremos dirigirnos.

Es momento de cambio, mejor dicho, sustitución: nada de lo que conocemos es válido, debemos aprender a construir estructuras diferentes que no repitan los errores pasados.

Debemos construir una nueva escala de valores a escala global, donde implantemos confianza.

La confianza es un motor de cambio.

Debemos conservar y mejorar aquello bueno que tenemos y adquirir y construir lo bueno que queramos tener.

Y sobre todo, ahora más que nunca, busquemos el equilibrio: no permitamos que la avaricia de unos cuantos cree desequilibrios e indirectamente infelicidad, hambre, violencia, pobreza...

La alternativa... el cierre.