Uno de los estados más maravillosos que pueden existir es el de ser padre.
En mi caso, como padre divorciado de dos niñas de 9 y 7 años, estoy pasando por un momento en el que disfruto mucho con mis hijas, básicamente porque en el caso de la pequeña, ella ya empieza a mostrar curiosidad por su entorno y a articular preguntas engañosamente sencillas, y con la mayor, más madura, me muestra día sí y día también que es capaz de articular de un modo coherente cuestiones y reflexiones de madurez tal que corresponderían a niñas de mayor edad, o al menos eso pienso.
Creo que no hace falta añadir que estoy muy orgulloso de las dos.
El caso es que hará un par de semanas, en el transcurso de mi visita semanal, fui a cenar solo con mi hija mayor -porque la pequeña estaba de colonias-, y mientras daba cuenta de la cena, de repente, paró de comer en seco, me miró fijamente, y sin ningún tipo de preámbulo me preguntó:
-Papá, ¿qué es ser lesbiana?
Intenté no hacerme el sorprendido y le pregunté:
-¿Dónde has oído esta palabra?
-La he leído en un cuento
-¿Lo leías sola?
-No, estaba con mamá.
-¿Le preguntaste?
-Sí
-¿Y qué te dijo? -pensé que debía conocer que había dicho mi ex, no fuera que metiera la pata.
-No me acuerdo.
-¡Vaya!
En este punto llega el momento de la verdad: probablemente no quedó satisfecha con la respuesta que le dio la madre; ella estaba buscando respuestas alternativas, así que antes de que buscara en otras fuentes que quizás pudieran no ser muy confiables, había que darle una información completa sobre el tema y satisfacer su curiosidad.
Cabe decir que, como criterio de actuación, cuando mis hijas me hacen una pregunta siempre contesto, y contesto ahondando en la raíz y en el porqué de las cosas: las cosas nunca son porque sí, siempre hay un origen y una razón, y si se conocen desde buen principio es más fácil su comprensión por parte de un tercero, y más si éste es un niño.
Así que le expliqué a mi hija, durante unos minutos, qué era ser lesbiana, las diferencias entre hetero y homosexuales, recalcando que esta condición no era mala, le hablé de identidad sexual y terminé hablándole muy por encima sobre la raíz etimológica del término.
Durante mi explicación, ella permaneció en silencio, atendiendo a mis palabras. Cuando acabé de hablar, le pregunté si lo había entendido y me dijo que sí. Le pregunté si quería hacerme alguna pregunta sobre este tema y me dijo que no, y añadió que le había gustado cómo se lo había explicado yo.
Ahora ella ya ha adquirido criterio y le será más fácil discernir entre el mito y la realidad.