Un banco "peculiar".

Hoy, por motivos que no vienen al caso, he tenido que ingresar una cantidad en un banco con el cual no trabajo habitualmente.

Este banco es uno de los que hace años llamaban "de los 7 grandes", aunque actualmente un poco "venido a menos", o a mí me lo parece.

El caso es que he ido a una oficina de dicho banco, situada cerca de donde trabajo; dicha oficina, tiene una planta triangular.

Cabe decir que jamás había pisado una oficina de dicho banco, y el aspecto de ésta en concreto, no se si decir dejado, desangelado, destartalado o pasado de moda, ciertamente no deja indiferente a nadie.

Bien, entro en la oficina y veo a un empleado del banco, de una cierta edad, enzarzado en una discusión, bronca, desagradable, con una señora que fácilmente le sacaba 10 años.

El caso es que el empleado, con el auxilio de otro más juvenil, le pide a la señora que se calme y baje el tono de voz, pero la señora continua con su discurso y al final, entre exclamaciones del tipo "aquí no vengo para perder el tiempo", el empleado mayor le dice, lo suficientemente alto para que todos lo oigan, que la señora "lo mejor que puede hacer es quedarse en casa y no venir a tocar los c......!"

Atónito y sin creérmelo, sin sospechar que aún había más, sigue el espectáculo; pues el director de la sucursal, que está agazapado en su despacho con la puerta bien abierta, recibe una llamada que no sé decir si era de un cliente, socio, o de qué... el caso es que con voz fuerte y perfectamente audible e inteligible, habla con su interlocutor de un cliente, cuyo nombre recuerdo perfectamente, con respecto a una operación que aún no había firmado pero que a él (el director) ya no le interesaba firmar... no estoy demasiado seguro, pero una conversación de este tipo, debiera mantenerse a puerta cerrada, porque si no, a mi buen entender, corresponde a una clarísima violación de la ley de protección de datos, la LOPD.

Y de repente, ¡zas!, llega mi turno.

Me atiende el cajero, le expongo lo que quiero, y mientras va alimentando su terminal con los datos necesarios para proceder a la transacción dineraria, empieza a hablar con voz muy alta con un compañero suyo, situado a mi espalda, sobre la señora protagonista de hace un par de párrafos... explica lo que ha pasado, la actitud del compañero (dicho sea de paso, con palabras de censura; y a todo esto, a escasos 10 metros el empleado del cual hablaban, impertérrito, en su sitio, escuchando), y que había unos movimientos extraños en la cuenta de la señora.

El empleado situado a mi espalda le contesta al cajero "pues los hice yo ayer", a lo cual el cajero le responde "pues hay dos en los que te equivocaste, luego te explico como arreglarlo...".

Por si no era suficiente con tamaña ceremonia de la confusión, el cajero, que, supongo que por mi mirada insistente, recordó que me estaba atendiendo a mí, me devuelve el cambio del ingreso y me dice también, con voz fuerte, "¿sabe?, le doy el cambio justo porque las máquinas (refiriéndose a su terminal) me dicen la cantidad exacta de cambio que le debo devolver... ¿Lo ve?"...

Debo confesar que a estas alturas de la película sólo me faltaba esta última salida, y francamente aturdido, farfullé un ruido social en forma de agradecimiento infinito por los (sic) "servicios prestados".

Y sintiendo que me faltaba el aire, me marché.

Juro por Dios que jamás volveré a pisar esta oficina bancaria.