Érase una vez, en una empresa que no es ni tiene nada que ver con la organización para la que trabajo…
Así empiezan los
cuentos, ¿verdad? Hoy toca uno para consultores.
Pues eso, “Érase una vez…”
Había un consultor que estaba absolutamente dedicado a su trabajo y casi había dedicado su vida a dar
valor a todos los proyectos en los que intervenía. Trabajaba y trabajaba, y trabajaba más, hasta que por
una serie de circunstancias, se dio cuenta, mirando a su alrededor, que las cosas no marchaban bien.
Los proyectos se gestionaban por imposición, la interlocución con el cliente tendía a ser nula, y el estilo de
dirección tendía a ser despótico.
No había comunicación entre dirección y empleados, y si mucho sufrimiento por parte de éstos últimos,
así que empezaron a buscar otros horizontes y comenzaron a cambiar de empresa. La dirección claramente
prefería no enterarse del problema.
Así que nuestro protagonista pensó que había que hacer algo. Como buen consultor, empezó a mirar a la
compañía no como el lugar donde trabajaba sino como cliente que necesitaba análisis y consecución de
valor.
Tras una sesión de trabajo en la que algún miembro de la dirección perdió claramente el rumbo, nuestro
protagonista decidió enviar un email con un conjunto de preguntas clave, dirgido a los tres primeros
niveles de decisión de la compañía.
Esperó pacientemente una respuesta que nunca llegó… o al menos
esto pensaba.
Si notó que el trato con los niveles ejecutivos había cambiado con respecto a él…y después de hacerle
renunciar a parte de sus vacaciones para liderar funcionalmente el arranque de un hospital -record
mundial: de 18 meses tiempo medio de implantación y arranque a 3 semanas de trabajo non-stop- con un equipo que en algún
momento fue de 8 personas, ve como le obligan a renunciar a otra parte de sus vacaciones para no hacer
nada.
Esto fue agotando la paciencia de este consultor, pero a diferencia de sus ex-compañeros, él tenía una
misión: debía continuar con el proyecto al que estaba ligado pues su compromiso era a partes iguales con
la compañía y con el cliente.
Hasta que llegó un día en el que recibió un email en el que le convocaban, junto a otros, asistir en una
ciudad, a 300 Km de donde vivía, a un kick-off en el que se iba a presentar el nuevo organigrama de la
compañía y se invitaba a expresar su opinión, si procedía.
Así pues, nuestro protagonista cogió su coche y se dispuso a asistir a dicha reunión. Al llegar, se sentó en
la mesa, y esperó pacientemente a que presentaran la nueva organización. Cuando acabó la exposición del Director General, nuestro pobre consultor estaba lívido, pues la nueva organización no hacía sino acentuar
los problemas que él, a su nivel, había detectado.
Cuando el Director General dijo las palabras “si tenéis alguna pregunta o sugerencia, ahora es el
momento…” no se lo pensó dos veces y dijo algo así como “me gustaría poner en crisis este
organigrama”.
Se hizo un silencio sepulcral y nuestro consultor fue invitado a exponer su punto de vista.
La tensión se podía cortar con un cuchillo cuando nuestro protagonista se acercó a la cabecera de la mesa
para poder exponer su punto de vista sobre el organigrama proyectado. Su intervención no duró más de
dos minutos, pero cambió para siempre su vida y la de algunos de los que estaban en la mesa.
Expuso su
punto de vista, razonó los cambios que él proponía y cambió la parte superior del organigrama, tanto, que
aunque rápido de reflejos, sobre la marcha, lo corrigió, durante 5 largos segundos la Vicedirectora General
había quedado fuera del organigrama. Hubo una cierta irritación por parte del Director General, pero
aparentemente nadie le dio importancia.
En el viaje de vuelta, que en el que iba acompañado por otro consultor tan experto como nuestro
protagonista, le dijo:
-”Amigo consultor, espero que entiendas que te has inmolado delante de toda la compañía.”
-”Ya lo sé, pero yo tenía que hablar, sentía que era el momento de hablar y lo he hecho.”
Y los problemas se acentuaron, tanto que nuestro amigo consultor se pasó varios meses sentado delante de
un ordenador sin tareas que hacer. Se dio cuenta que era una maniobra para que por voluntad propia
abandonara la compañía…
Pero él tenía su misión. Así que hizo lo que nadie esperaba que hiciera: Se
dedicó a apoyar a sus compañeros y a trabajar para ayudarles, en suma, para hacerlos mejores.
No le fue fácil, pues había una consigna no escrita de no pedir ayuda a nuestro amigo, pero como más
sabe el diablo por viejo que no por diablo, fue detectando los puntos débiles de sus compañeros y
reforzándolos con su consejo y experiencia.
Esto no pasó inadvertido a ojos de la dirección, pues realmente pensaban que su comportamiento había
sido para entorpecer la marcha de la compañía y lo que empezaban a ver es que realmente este consultor
lo que quería era aportar valor y hacer crecer a la organización.
Pasaron las semanas y llegó un día en el que el presidente de la empresa llamó a nuestro amigo, y éste
pensó “bueno, carta y talón… ¡qué le vamos a hacer!”. Lo que se encontró fue que mirándole muy
fijamente el presidente preguntó:
-”¿Estás con nosotros?”
-”Nunca he dejado de estar con vosotros”, respondió.
A partir de ese momento empezaron a cambiar las cosas…
Hasta que un dia se anunció un proceso de coaching en la que nuestra vicedirectora general, abandonaba
el cargo para pasar a ser coach… y su primera cita fue con nuestro amigo.
El consultor estaba un poco
inquieto, pero como persona madura con experiencia, decidió tranquilzarse y pensó: “lo máximo que puede pasar
es que me despida…”.
Cuando entró en la habitación donde se iba a celebrar la sesión, notó que la coach estaba mucho más
nerviosa que él.
De nuevo, hizo lo que no se esperaba que hiciera: nuestro amigo le dijo a la coach que venía a escuchar,
con humildad, que habían tenido sus diferencias, y que sentía que había llegado el momento de enterrar el
pasado y trabajar juntos. La coach contestó: “pues no sabes el peso que me has quitado de encima”.
Y empezaron a hablar… y la coach empezó a escuchar… y al final ambos descubrieron que estaban
mucho más alineados de lo que en un principio parecía.
El coaching desapareció… y la coach volvió a ser
Vicedirectora General… y el organigrama del kick off desapareció, sustituido por un organigrama que en un 95% era
el que nuestro consultor había descrito.
Aunque no cambió su categoría profesional, a nuestro consultor se le pedía constantemente opinión por
parte de los máximos niveles ejecutivos. Terminó lo que él consideraba su misión, y cuando lo vinieron a buscar de otra empresa con la promesa de nuevos retos profesionales, no lo pensó: aceptó.
Jamás en la historia de la organización se había dado el caso de que la dirección quisiera estar presente en
los actos de despedida, ni en la videoconferencia con sus compañeros de los servicios centrales, ni en la
oferta de que si se aburría en la otra empresa, siempre podía volver con honor, ni en el reconocimiento por los
servicios prestados.
Hace poco, nuestro amigo consultor se encontró en un acto con uno de los excompañeros que había salido
de esta empresa y juntos se encontraron con el Director General de la empresa… al excompañero ni lo
miró, en cambio con nuestro amigo se fundió en un abrazo.
Y colorín colorado…