Después de leer lo que escribió Amalia Arce sobre la pubertad, me doy cuenta de que en estos estupendos posts se hace un enfoque más fisiológico de este tema, pero como padre de una niña con tics pre-adolescentes, no tan sólo me pueden "preocupar" los cambios que experimenta su cuerpo -y que probablemente me obligarán en algún momento a responder preguntas muy directas sobre menstruación y función reproductiva- sino también los cambios que experimenta su psique.
De hecho, me preocupan las preguntas que no me haga -por timidez, por vergüenza, porque soy su padre y no su colega- y a quién se dirija para buscar respuestas.
Júlia es una niña muy inteligente y no cesa de buscar respuestas satisfactorias a las dudas que le pueden surgir, como alguna vez ya he escrito en el blog; pero lo cierto es que en un momento en que su cuerpo experimenta cambios y aparecen nuevos factores emocionales, como pueden ser las afectivas, sexuales o de otro cariz más serio -como tabaco, alcohol o drogas- cabe la posibilidad que en su proceso natural de rebeldía y afirmación de su incipiente personalidad explore fuentes de conocimiento que no sean fiables.
A mi juicio, probablemente -y por este orden- acudirá para encontrar respuestas a su círculo de amigos más íntimo, compañeros/as de clase, Internet y en último lugar los padres.
De todos estos círculos y como no podía ser de otra manera, me centraré en Internet.
En algunas de mis presentaciones -por ejemplo la de SEECIR- siempre pongo como ejemplo el adolescente con las hormonas en ebullición, que está planeando tener su primera relación sexual, y quiere recabar información; no le preguntará a sus padres -además, intuyo que existe un sesgo entre las respuestas que recibiría un niño o una niña, más allá de las diferencias anatómicas- sino que buscará información en otras fuentes; y siempre cito como posible fuente de información confiable a Infermera Virtual, del COIB.
Pero claro, yo no soy un padre normal. Soy un e-padre en la más amplia acepción del término, con un conocimiento muy superior al de la población general en cuanto a uso de recursos de conocimiento y salud online; mi perfil corresponde aproximadamente al 0,0001% de la población del país; en el caso de mi hija, a no ser que le informe específicamente sobre el sitio Infermera Virtual, no conocería a priori su existencia. Esto significa que este tipo de recursos son desconocidos para la gran mayoría de la población.
Así que cabe preguntar: ¿Y los (pre) adolescentes? ¿Dónde van a buscar información relevante sobre hábitos y salud?
En primer lugar, cabría ver el papel de los docentes, -es decir, los profesionales de educación primaria y secundaria- sobre todo lo que tiene que ver con hábitos de alimentación, función sexual y reproductiva o ante hábitos tóxicos, y examinar qué recursos online confiables están recomendando o no.
Pero por otra parte, nuestros niños ya tienen unas habilidades digitales que sobre el papel ya son superiores a las de sus progenitores, con lo que la primera opción para ellos será hacer una búsqueda en Google.
Si nuestro adolescente representativo no ha adquirido criterio en cuanto a la identificación de sitios web confiables del sector salud -tal como se indica en este número de la revista Ser Padres- corremos el riesgo de que cualquier desaprensivo que tenga conocimiento de SEO y que use las palabras clave adecuadas, pueda posicionar webs con un contenido que potencialmente pudiera ser lesivo para los intereses del adolescente: si está buscando información sobre métodos anticonceptivos y aparece en la primera página de resultados de Google -se calcula que más de un 90% de la población no pasa de esta primera página- una página en la que se ensalcen las virtudes de los preservativos hechos de punto de cruz o de papel aluminio -esto es una exageración rayana en lo grotesco, pero me sirve para ilustrar la cuestión- el adolescente va a tener un problema y nosotros como padres también.
Hace falta ver el papel de las instituciones sanitarias y el factor de impacto que puedan tener las acciones informativas, formativas y divulgativas en nuestros hijos, pero me podría atrever a afirmar que su efectividad tiende a nulo, y es que estas acciones en su gran parte usan canales de difusión para adultos, cuando quizás nos tendríamos que fijar cuáles son los hábitos y canales de información que usan habitualmente nuestros hijos.
Así pues, probablemente tendrían más impacto estas campañas situadas en webs de programas de TV para niños y adolescentes de éxito o en webs de canales temáticos para este público que no otros sitios, o incluso -y con dinero para hacerlo- hacer spin offs de series de TV populares dirigidas a este público, específicas para ilustrar respuestas a cuestiones como las que planteamos al inicio del post .
¿Y las redes sociales?
Cabe ver que la aceptación de las iniciativas dirigidas a padres y a niños no están indexada de una manera proporcional a la inversión económica realizada sino por la calidad, accesibilidad y disponibilidad de los contenidos y sus proveedores.
Así, es paradigmático que grupos de Facebook como El médico de mi hijo -iniciativa altruista y colaborativa liderada por Jesús Martínez, entre otros profesionales de la salud- tiene muchos más usuarios y actividad que otras iniciativas institucionales, dotadas con community managers que gestionan sus canales social media -con todos los recursos de toda clase que esto implica- pero vistos los resultados de éstas no sé hasta qué punto justifica dicha inversión.
Adicionalmente muchas veces hay un serio problema de target, pues este tipo de iniciativas tienen que ir dirigidas a niños y adolescentes sanos también, no tan sólo al núcleo de pacientes.
Un punto sin apenas importancia: en este caso, si la web 2.0 es diálogo, para esta población diana lo es aún más, ergo no basta con parecer 2.0, hay que ser 2.0; hay que responder siempre.
Por otro lado, aunque en el pasado algunos hospitales abrieron páginas web de bioética -donde se podían hacer consultas anónimas para que las respondiera un médico, escenario especialmente atractivo para un adolescente ávido de información y lleno de vergüenza- echo en falta que en los grandes centros sanitarios no haya más recursos de este tipo, pues hace falta recordar que el adolescente difícilmente irá al pediatra o médico de familia solo, y para el pre-púber es sencillamente inviable no ir acompañado de un familiar adulto.
Así pues, parámetros como la difusión en los canales adecuados, la adquisición de criterio del niño, la calidad, accesibilidad y disponibilidad de los recursos informativos y la implicación de actores educativos pueden ayudar sobremanera en la consecución de las respuestas que pueden necesitar nuestros hijos y que pueden afectar a su salud y desarrollo como personas.
Queda mucho camino por recorrer.