Tan cerca...

La necesidad de comunicarse y entablar contacto con los demás es algo inherente al ser humano. A lo largo de la historia el hombre ha creado varias formas de comunicarse en el empeño de vencer distancias para poder expresar sus ideas y pensamientos. Cada día que pasa Internet demuestra las posibilidades como medio para comunicar a las personas entre sí. Si el email fue una revolución, las Redes Sociales parecen capaces de desbancar cualquier otro medio de comunicación habido hasta la fecha, haciendo más palpable la llamada Teoría de los seis grados de separación, aquella que establece que todas las personas del mundo se hallan conectadas entre sí a través de no más de seis individuos. 

¿Pero de dónde surge esa necesidad de estar conectados? 

Surge de una característica inherente al hombre, y es que en el fondo, el ser humano es un animal social; no somos los más rápidos, ni los más fuertes, ni los más ágiles, ni tenemos los sentidos más desarrollados, así que para sobrevivir el hombre debe cooperar con otros miembros de la especie, y es así como primero, pueden dar cabida a sus necesidades alimentarias mediante partidas de caza, y después, defenderse de otros depredadores primero, y de otros grupos humanos después. 

Existen en otros mamíferos superiores el concepto de manada, en la que también se establecen mecanismos cooperativos de caza y defensa, y con un intercambio muy limitado de información entre sus miembros, intercambio que es muy superior en calidad y cantidad cuando hablamos del ser humano. 

También encontramos otros ejemplos de manadas en otros animales, como pueden ser las abejas o las hormigas, y en estos dos casos existe también una organización social muy rígida. 

Volviendo al ser humano, poco a poco estas agrupaciones en las que se daba respuesta a necesidades vitales de alimentación y defensa permitieron crear lazos de afinidad entre sus miembros, afinidad que fue reforzada por el hecho de vivir en un determinado sitio, como podía ser en una cueva o al lado de un río -afinidad por territorio-, por tener alguna característica física distintiva -vestido, color de la piel, ojos y/o pelo, altura, o bien por el tipo de vestido o alimentación-, o por afinidad con algún miembro del grupo, que habitualmente también asumía el rol de líder. 

Y la pertenencia a una tribu tuvo un factor de afinidad adicional, la sangre, los nacidos en el seno de la tribu eran automáticamente miembros de pleno derecho de ella. 

En aquellos lejanos tiempos, pertenecer simultáneamente a más de una tribu no estaba bien visto, las más de las veces se consideraba traición y el desdichado que no lograba escapar a tiempo era vilipendiado aunque habitualmente era ejecutado. 

El factor afinidad, el factor de cohesión puede haber cambiado a lo largo de estos siglos, pero la fuerza implícita que habilita la afinidad permanece, y es la capacidad de comunicar emociones. 

Hoy día -afortunadamente- se puede pertenecer a más de una tribu sin perder por ello la amistad ni la vida, y se pueden establecer mecanismos de colaboración entre diferentes tribus; como ejemplo, decir que Esther es simpatizante del Real Madrid y Rafa del Fútbol Club Barcelona, y en cambio, son capaces de cooperar peer to peer en la redacción de este post o en colaboraciones con Diferénciate, por ejemplo, sin tirarse los párrafos por la cabeza... ;-) 

Y llegan las redes sociales: la mejor definición que conozco es la de “amplificador de la capacidad relacional del ser humano”, y nos permiten mantener relaciones que tradicionalmente  eran uno a uno usando métodos convencionales -como cartas, telegramas o teléfono- a un modelo uno a varios, en que la difusión de un mensaje puede ser exponencial -viral- a poco que usuarios clave con una reputación establecida propaguen el mensaje original. 

Una red social también conoce de afinidades, sean de profesión, ocio, cultura, sexo; aquello que nos provoca afinidad en una relación convencional face to face, también la provoca a través de la red social. 

Ahora bien, uno de los factores diferenciales de las redes sociales con respecto a las comunicaciones presenciales es la ausencia de ruido, y me explicaré: en una comunicación cara a cara, nuestro cerebro analiza la información verbal que suministra nuestro interlocutor de manera consciente, así como la información no-verbal, tanto lenguaje postural como inflexiones en el tono de voz, entre otros, para determinar el grado de emoción contenida en el mensaje que recibimos, y donde podemos percibir la afinidad, la amistad, el amor, el engaño, la traición o la envidia; de hecho se calcula que el 70% de la fuerza de un mensaje hablado viene precisamente de la capacidad de uso del lenguaje no-verbal, un lenguaje que se genera de manera inconsciente. 

En cambio, en las redes sociales no tenemos el lenguaje no-verbal, y por tanto, nuestro cerebro, hábil en completar los gaps de información faltantes en una tarea convencional - de ahí el uso de los verbos suponer, adivinar, creer- intentará completar la información haciendo análisis del uso de emoticonos, de las construcciones gramaticales, de los signos de exclamación... lo cual muchas veces puede ser una actividad tan fidedigna como la lectura de los posos de las tazas de té. 

Al existir esta tarea adicional de completar los fragmentos de información, tenemos un efecto secundario interesante desde el punto de vista de marketing, y es que dicha reconstrucción necesita de una atención desmedida de nuestro sistema límbico, lo cual tiene como consecuencia que nos volvemos más vulnerables desde un punto de vista emocional. 

Si le digo a alguien “Me gustas” -desde un punto de vista de seducción / conquista- cara a cara, mis ojos transmitirán emoción, mis manos y mi cuerpo probablemente ofrecerán una postura más cerca de la caricia que no amistosa, y la entonación también será diferente a la habitual: señales que por parte del interlocutor probablemente sean recibidas como auténticas; el ruido del lenguaje no-verbal ayuda a completar el mensaje. 

Si le digo a alguien “Me gustas” por Whatsapp, no habrá más lenguaje adicional que los emoticonos que de manera voluntaria -y por tanto controlada- pueda ir insertando en el mensaje, y todo depende de la capacidad del interlocutor en interpretar, o filtrar, la información que le está llegando. 

Dicho de otro modo: al no existir ruido, la emoción experimentada por el mensaje se amplifica, pues no existen puntos de referencia como puede ser el lenguaje no-verbal que puedan matizarlo, con lo que la emoción generada es considerablemente mayor. 

Continuará... 

Escrito en colaboración con Esther Gorjón, editora de Signos vitales 2.0.