Maridos, informáticos.

Muy de vez en cuando me apetece escribir algo más desenfadado, algo diferente a los temas que habitualmente toco; iniciamos la época estival y es una buena manera, desengrasante, de empezar el verano.

Érase una vez unos días en los que, en mi timeline de Twitter, he ido observando conversaciones entrecruzadas; y no es que no las observe habitualmente: hay veces que paso a modo lurker y que, agazapado en la cómoda trinchera de mi silencio, observo el comportamiento y galanteo de los demás. 

Hay veces que entrecierro los ojos y veo desfilar los diferentes avatares, unos intentando llamar la atención, otros enviando DMs que no son tales porque no han puesto el nick correcto y todos ven aquel secreto que no se quería desvelar, y los más, en diferentes conversaciones, incluso participando simultáneamente en alguna de ellas.

Y de un tweet inocente, que generó una conversación más o menos inocente, salió la idea de escribir sobre una especie que conozco bien: maridos e informáticos.

Definamos marido: como todo el mundo sabe, el marido es aquel espécimen humano que sirve para calentar los pies fríos de las señoras en invierno.

Parafraseando a Félix Rodríguez de la Fuente, la hembra humana elige y adquiere al macho que despliega de modo más efectivo el plumaje de vivos colores de su cola: dicho de otro modo, las señoras eligen al hombre y son suficientemente inteligentes como para dejar que ellos crean que pueden elegir. La coreografía del rito de la seducción a partir de ese momento tiene un maestro de ceremonias que marca el tempo y los avances del hombre, y no es otra que la mujer.

Pero, ¡ah, amigo!, resulta que este hombre, que ha sido elegido, y que irremisiblemente se verá arrastrado a los pies de una mujer, tiene tatuado en la frente algo peor que el estigma de Caín: es un informático.

Definamos informático: para unos, un informático es como Atila, que por donde pasan no vuelve a crecer la hierba; para algunos, son unos auténtico nerds, que se comportan diferente, visten diferente y hablan un lenguaje entre ellos que no parece apto para humanos; para otros, es un genio resuélvelo todo, el auténtico MacGyver de la tecnología, quién igual te arregla la antena de la tele como te resuelve cualquier problema con alguno de los múltiples cachivaches que llevas en el bolso. No importa el problema, ni la tecnología: basta una sonrisa y una mirada profunda por parte de la mujer para que el informático (y marido) no sea capaz de decir algo así como "pues no sé como va..."; él lo intentará, se estrellará, no dormirá y cuando lo consiga y, quizás por un reflejo pavloviano, él espere alguna clase de recompensa, ella con cara le dolor le dirá "ay, cómo eres, si me duele la cabeza..."

Un marido informático es un chollo, pues es alguien que sabe hacer algo más que calentar los pies; aunque para él sea un martirio, pues muchos se acercarán a él, con frases como "oye, y ya que sabes de esto, ¿te puedo hacer una consulta?" o, uno aún más corriente "oye, ¿no me puedes pasar el Güindous y el Ofis?". 

Y aquellas llamadas a las 11 de la noche... "te llamo por que estoy desesperad@, he formateado el disco y lo he perdido todo", y él pregunta "¿y la copia de seguridad?" y le responden "¿y eso qué es?"; ella con un gruñido pregunta "¿Quién es?", y le contesta "Tu hermano que tiene un problema...", y ella le espeta "Pues te vistes y te vas a su casa para arreglarlo". Las caricias, las miradas y las sonrisas siguen funcionando, él se viste y se va, sin caer en la cuenta de que es verano, y lo que ella menos necesita es que le calienten los pies.

Pero el no va más es cuando al marido / informático le preguntan "¿y esto del Feisbuc? ¿Cómo va? ¿Me lo pasas?", y él, que puede ser que tenga alguna noción de qué es, pero que probablemente no tiene una cuenta activa, intenta disculparse y salir por la tangente mientras se protege del sarcasmo de su costilla. Los momentos gloriosos, sin duda, son aquellos en los que ella está en el ordenador, y se queja repetidamente de lo lento que va, insulta al software porque no consigue el resultado apetecido, mortifica al marido porque le ayuda, o porque no le ayuda, o porque ayuda a otros antes que ella, y él, con una paciencia digna de Job, aguanta estoicamente el chaparrón.

Que sea informático -y os recuerdo los tres tipos que describía unos párrafos más arriba- no significa que domine todas las máquinas de la casa; la que cuesta más de dominar es la lavadora: para determinar si una pieza es blanca o de color no existe un árbol de decisiones preestablecido y por tanto, nuestro héroe, cartesiano él, las pasará canutas hasta encontrar el algoritmo que le permitirá poner la ropa interior de su mujer a lavar sin riesgo de que le cambie de color. Aún recuerdo a un famoso y mediático bloguero -marido e informático- que, en su primera lavadora, la ropa interior de su mujer entró con un color y salió con otro,  y sus magníficos jerseys de lana los tuvo que usar para vestir a las muñecas Nancy. Excuso decir que nuestro colega durmió en la parabólica durante bastantes días.

Endless loop! :-)

P.D. En la foto, un marido e informático a punto de volver a casa después de una dura jornada laboral.