Una de las cosas que más me gustan de estar metido dentro de la blogosfera sanitaria es que tengo ocasión de conocer y de hablar con personas simplemente excepcionales.
Así pues, personas como Montse Carrasco, Francesca Cañas, Mercè Bonjorn, María José Alonso, Miguel Ángel Máñez, Julio Mayol o Karla Islas, por citar a unos cuantos, corresponderían a esta categoría...
El jueves, después de haber coincidido en varios "saraos", pero sin demasiado tiempo para hablar de cosas serias, compartí mesa y mantel con Rosa Pérez, una persona que, sin duda, está dentro del plantel de personas excepcionales.
Durante la comida estuvimos hablando de diversos temas, tanto profesionales como de personales, sobre todo de alguno que nos preocupa a ambos y mucho.
Debo deciros que Rosa, enfermera y antropóloga, es una persona de verbo profundo y al mismo tiempo asequible, con opiniones que no dejan indiferente a nadie. Un auténtico lujo para cualquiera que cultive el arte de la conversación...
Y hubo un momento que apareció el concepto curas paliativas... fue tan interesante y me cautivó tanto su exposición que voy a reproducir lo más fielmente posible, de memoria, esa conversación.
Rosa me comentó que en su etapa de formación le interesó mucho el acompañamiento de los enfermos terminales... en los hospitales, cuando el exitus es inminente, se limitan a decir a los acompañantes que avisen y cierran la puerta.
En el caso de Rosa, quiso profundizar... hizo un master, buscó literatura, sobre tanatología... y al final alguien le dijo: "Pregúntales... habla con ellos".
Y eso hizo: hablar con ellos, preguntarles...
En el hospital, cada vez que había un enfermo en ese estado, la llamaban para que hablara con ellos...
Me dijo que hubo un caso... un niño de 11 años, con leucemia... estaba bastante mal. Me dijo que no se acordaba de su nombre, y al decirlo, una sombra de tristeza se paseó por sus hermosos ojos de color miel... duró un segundo, fugaz, pero no lo suficiente como para no darme cuenta... se recompuso y siguió...
El niño le decía que era su novia... ella era jovencita, tenía 27 años y cuando entraba en la habitación, le decía a los padres que era su novia y ellos salían, dejándolos solos.
"¿Sabes?", le decía el niño, "hay cosas que quiero preguntarte, cosas que no puedo preguntar a mis padres..."
Le preguntaba "¿Qué hay más allá?", "¿cómo será?", y otros preguntas, preguntas que sólo un niño puede hacer...
Hubo un día que le hizo una reflexión: "¿sabes?, hay cosas que yo no llegaré a hacer nunca..." y ella le dijo "Pues haz una lista, y alguien las hará por tí..."
El niño le dijo: "¡Lo harás tú!" y ella asintió.
En la lista, poco a poco, aparecieron cosas diversas... viajar, volar en globo... enamorarse...
El día que murió, ella no estaba allí, pero durante mucho tiempo después, mantuvo el contacto con sus padres...
Me dijo: "¿Sabes? Una vez, hablando con una matrona, me explicó la sensación que tiene de felicidad y de alegría cuando nace un bebé... yo tengo esa misma sensación cuando acompaño a un paciente en ese momento."
Ojalá cuando llegue el momento, a mi me acompañe alguien como Rosa Pérez.