Durante los últimos días se multiplican las noticias sobre la "adquisición" de conciencia de animales diferentes al Homo Sapiens; para ser más concreto, se nos dice que se han descubierto estructuras cerebrales similares a las que corresponderían al área del cerebro humano donde radica la conciencia.
Entre estos animales hay unos cuantos mamíferos, un ave, y un único invertebrado: un pulpo.
De los pulpos se habla más bien poco en los mentideros, y sin embargo, es un animal notablemente inteligente si lo medimos por el número de neuronas que conforman su cerebro, "sólo" 500 millones, y cuya distribución está más cerca de un modelo de inteligencia distribuida, pues en cada uno de los tentáculos radica un buen número de ellas, que no uno centralizado como el que pueda corresponder a los vertebrados superiores.
Así pues, son capaces de encontrar la salida de un laberinto, destapar frascos con tapa a rosca -como el pulpo de la foto- e imitar a sus congéneres... y si no hablamos de otra civilización inteligente en la Tierra es por el nada despreciable detalle de que mueren, tanto macho como hembra, al muy poco tiempo del nacimiento de las crías, con lo cual no pueden transmitir el conocimiento adquirido; porque sin duda son capaces de aprender.
Capaces de recoger las piedras exactas para disimular la entrada de su guarida, de usar un notable ingenio para resolver problemas sencillos e incluso inducir al engaño, y para demostrar cambios apreciables en su comportamiento cuando se le introduce en un medio desprovisto de estímulos; dicho en otras palabras, son capaces de aburrirse.
No soy un pulpo -aunque bien pudiera existir alguien que creyese que lo soy- y en cambio, manifiesto la misma capacidad de recoger piedras, resolver problemas sencillos, inducir al engaño y aburrirme; todo esto viene porque día sí y día también estamos asediados por noticias de signo adverso, que en algunos casos nos ponen el corazón en un puño y que ante la ausencia de estímulos de signo diferente, tendemos a caer primero en la indiferencia, para luego coquetear sin disimulo alguno con el aburrimiento más genuino.
Y aunque oigo voces a mi alrededor que indican vías de solución, que promueven salir de la inmovilidad forzosa, también es cierto que esas voces provienen de revolucionarios de salón, de personas que no tienen el más mínimo interés en que las cosas cambien, que soliviantan los ánimos con discursos mesiánicos, cuando no claramente incendiarios, porque tanto es que les hagan caso o no, ellos siempre ganan.
Y es que quizás no hemos entendido una cosa: no estamos en una crisis económica, estamos en una crisis sistémica, y esto no se resuelve apuntalando bancos o creando empleos con fondos que no existen; estamos en un momento de la historia sólo comparable al fin del Imperio Romano o al inicio de la Revolución Industrial.
Mirar hacia atrás sólo nos sirve para no cometer los mismos errores; escondernos en el "ya os lo dije yo" sin avanzar, tampoco; pensar que nada ha cambiado, o lo que es aún peor, esperar que vuelvan los buenos viejos tiempos, menos, pues ahora, lo pasado es muerte.
Lo que me pide el cuerpo es arrancar el tronco y las raíces podridas del árbol, pero hay demasiados intereses como para que esto llegue a suceder de manera incruenta; no hay ideal ni progreso alguno que justifique la pérdida de una única y preciosa vida humana; así que ya veis, estamos en una situación de "dead-lock" -al decir de los informáticos- o de perpetuo "jaque mate" -al decir de ajedrecistas- aunque en lenguaje llano y claro la expresión bien pudiera ser "estamos aviados".
Al igual que pasa cuando se finaliza una relación sentimental -el amor, entendido de manera transitiva, hay veces que permanece y se va transformando en el tiempo y en el espacio y, por tanto, pervive, y hay otras veces que, incapaz de evolucionar, acaba muriendo- quizás no tenemos claro a dónde queremos ir, o qué queremos, pero sí que tenemos claro qué no queremos.
Y éste, señoras y señores, es el auténtico punto de partida: adquirir la conciencia que, como lo haría un pulpo, nos permita resolver el problema que nos afecta a todos por igual.