En estos días de rosas y miel, en los que asistimos a eventos, comentamos y difundimos aquellas entradas que generan nuestro interés, y en general, nos jaleamos los unos a los otros sin pudor alguno, continúo reflexionando sobre algunas cosas que en su momento generaron un post que sólo algunos entendieron, mientras que otros lo castigaron -quizás justamente- con la mayor de las indiferencias.
Y es que el hecho es que la mayoría de nosotros vivimos instalados en una torre de marfil llamada zona de confort, ajenos al mundanal ruido de la realidad, de lo tangible, construyendo castillos en el aire, generando grandes expectativas que ilusionan, y que al final, por falta de iniciativa, porque quienes las propugaron se inhiben, porque quien detenta poder para cambiar las cosas no lo ejerce, en general, por miedo a perder el cómodo colchón del salario a fin de mes y jirones de su reputación -a algunos de los líderes de la manada de nuestra bien amada blogosfera les pierde la estética y salir bien en la foto-, quedan tantos hermosos cadáveres en el camino como iniciativas fallidas, que, dicho sea de paso, también se han llevado buena parte de nuestras ilusiones.
Por otro lado, me sorprende la preponderancia de quienes agazapados en la cómoda trinchera de la crítica más feroz, y creyéndose por encima del bien y del mal, son incapaces de aportar soluciones y vías de salida -y ojo: probablemente por ello encuentran oídos sordos a sus reiteradas peticiones de diálogo-, porque probablemente descubriríamos con estupor que solucionados los problemas reales que denuncian, encontrarían sin duda otros para mantener su estatus de "luchadores por la libertad", incapaces de evolucionar desde sus posiciones mentales de trinchera.
No quiero hablar de los troll, exiliados o no, cuyo único afán es adquirir notoriedad a costa de quien justamente la detenta, y que lo único que demuestran en su diálogo de sordos es su notoria inmadurez e inexperiencia…
Creamos espectaculares y mediáticas conversaciones en Twitter sobre el impacto del social media en las organizaciones sanitarias teniendo como target el paciente y en ninguna de esas conversaciones he visto nunca a un paciente involucrado y que participe... y lo siento: la frase "todos somos pacientes" rezuma hipocresía; el comportamiento de cualquiera de nosotros delante de la enfermedad es diferente al de un ciudadano "de a pie", pues sabemos usar el sistema y nuestros contactos para nuestro beneficio, y ellos no tienen esa ventaja.
Y en nuestra infinita soberbia, somos incapaces de pensar que si hablamos de pacientes y ellos no acuden a nuestras conversaciones, que quizás y solo quizás, estamos haciendo algo mal... quizás somos incapaces de tender puentes, de generar interés, de hablar su mismo lenguaje.
Nuestra solución pasa por pensar que sabemos lo que quiere el paciente; y pregunto: ¿cómo sabemos lo que quiere el paciente si no le preguntamos... si no hablamos con él?
Creemos pertenecer a una élite de adelantados, de elegidos, nos creemos salidos del muslo de Júpiter y como, insisto, vivimos en nuestra torre de marfil, sólo aceptamos que entren en nuestro particular Valhalla a aquellos nuevos miembros de la comunidad que a priori sabemos que van a jalearnos, que van a ser amables y cuyas aportaciones no nos separen de nuestra virtual poltrona... quizás porque en el fondo, no tenemos la suficiente madurez para aceptar las críticas, ni tan siquiera las constructivas; quizás también tenemos miedo a descubrir que nuestro vecino o vecina virtual sepa más que nosotros y perdamos ascendencia sobre la manada.
No somos tan diferentes de aquellos a quién criticamos, de quién referimos, de los que se aferran a sus posiciones de poder, sean reales o imaginarias, incluso tan sólo sustentadas por un inevitable PowerPoint...
Al final, propugnamos una versión electrónica del despotismo ilustrado, donde hacemos todo por el paciente sin el paciente, y ante las peticiones de éstos, nos comportamos como modernas María Antonieta, mandando dar pasteles 2.0 al pueblo cuando éste nos demanda diálogo, para que parezca que hacemos algo más, para que todo siga igual; y esto es porque ser 2.0 no es usar una determinada herramienta, se trata de actitud, y si en las distancias cortas se practica un discurso plano y monocorde sin derecho a réplica, no se es 2.0: se es otra cosa.
Hablo en el tiempo verbal "nosotros" -primera persona del plural- porque no soy ajeno al estropicio, porque formo parte del entramado y porque también he oído los cantos de sirena de los aduladores, y uno no es de piedra; y lo digo con vergüenza, dolor y amargura.
Creo sinceramente que debemos dar un paso atrás y recuperar los orígenes para poder seguir avanzando.
Creo que, al igual que el amor -entendido de manera transitiva- es dar y recibir, en el 2.0, es hablar y escuchar, compartir y colaborar, es el diálogo... esa es la esencia del "invento", esa es su humildad y su grandeza.
Ese es el camino.
Y es que el hecho es que la mayoría de nosotros vivimos instalados en una torre de marfil llamada zona de confort, ajenos al mundanal ruido de la realidad, de lo tangible, construyendo castillos en el aire, generando grandes expectativas que ilusionan, y que al final, por falta de iniciativa, porque quienes las propugaron se inhiben, porque quien detenta poder para cambiar las cosas no lo ejerce, en general, por miedo a perder el cómodo colchón del salario a fin de mes y jirones de su reputación -a algunos de los líderes de la manada de nuestra bien amada blogosfera les pierde la estética y salir bien en la foto-, quedan tantos hermosos cadáveres en el camino como iniciativas fallidas, que, dicho sea de paso, también se han llevado buena parte de nuestras ilusiones.
Por otro lado, me sorprende la preponderancia de quienes agazapados en la cómoda trinchera de la crítica más feroz, y creyéndose por encima del bien y del mal, son incapaces de aportar soluciones y vías de salida -y ojo: probablemente por ello encuentran oídos sordos a sus reiteradas peticiones de diálogo-, porque probablemente descubriríamos con estupor que solucionados los problemas reales que denuncian, encontrarían sin duda otros para mantener su estatus de "luchadores por la libertad", incapaces de evolucionar desde sus posiciones mentales de trinchera.
No quiero hablar de los troll, exiliados o no, cuyo único afán es adquirir notoriedad a costa de quien justamente la detenta, y que lo único que demuestran en su diálogo de sordos es su notoria inmadurez e inexperiencia…
Creamos espectaculares y mediáticas conversaciones en Twitter sobre el impacto del social media en las organizaciones sanitarias teniendo como target el paciente y en ninguna de esas conversaciones he visto nunca a un paciente involucrado y que participe... y lo siento: la frase "todos somos pacientes" rezuma hipocresía; el comportamiento de cualquiera de nosotros delante de la enfermedad es diferente al de un ciudadano "de a pie", pues sabemos usar el sistema y nuestros contactos para nuestro beneficio, y ellos no tienen esa ventaja.
Y en nuestra infinita soberbia, somos incapaces de pensar que si hablamos de pacientes y ellos no acuden a nuestras conversaciones, que quizás y solo quizás, estamos haciendo algo mal... quizás somos incapaces de tender puentes, de generar interés, de hablar su mismo lenguaje.
Nuestra solución pasa por pensar que sabemos lo que quiere el paciente; y pregunto: ¿cómo sabemos lo que quiere el paciente si no le preguntamos... si no hablamos con él?
Creemos pertenecer a una élite de adelantados, de elegidos, nos creemos salidos del muslo de Júpiter y como, insisto, vivimos en nuestra torre de marfil, sólo aceptamos que entren en nuestro particular Valhalla a aquellos nuevos miembros de la comunidad que a priori sabemos que van a jalearnos, que van a ser amables y cuyas aportaciones no nos separen de nuestra virtual poltrona... quizás porque en el fondo, no tenemos la suficiente madurez para aceptar las críticas, ni tan siquiera las constructivas; quizás también tenemos miedo a descubrir que nuestro vecino o vecina virtual sepa más que nosotros y perdamos ascendencia sobre la manada.
No somos tan diferentes de aquellos a quién criticamos, de quién referimos, de los que se aferran a sus posiciones de poder, sean reales o imaginarias, incluso tan sólo sustentadas por un inevitable PowerPoint...
Al final, propugnamos una versión electrónica del despotismo ilustrado, donde hacemos todo por el paciente sin el paciente, y ante las peticiones de éstos, nos comportamos como modernas María Antonieta, mandando dar pasteles 2.0 al pueblo cuando éste nos demanda diálogo, para que parezca que hacemos algo más, para que todo siga igual; y esto es porque ser 2.0 no es usar una determinada herramienta, se trata de actitud, y si en las distancias cortas se practica un discurso plano y monocorde sin derecho a réplica, no se es 2.0: se es otra cosa.
Hablo en el tiempo verbal "nosotros" -primera persona del plural- porque no soy ajeno al estropicio, porque formo parte del entramado y porque también he oído los cantos de sirena de los aduladores, y uno no es de piedra; y lo digo con vergüenza, dolor y amargura.
Creo sinceramente que debemos dar un paso atrás y recuperar los orígenes para poder seguir avanzando.
Creo que, al igual que el amor -entendido de manera transitiva- es dar y recibir, en el 2.0, es hablar y escuchar, compartir y colaborar, es el diálogo... esa es la esencia del "invento", esa es su humildad y su grandeza.
Ese es el camino.