Personas brillantes, personas grises.

Aunque hoy no sea el caso (pues al menos, desde la ventana del despacho parece que sea un día radiante), me ha dado por recordar una conversación muy interesante con una profesional sanitaria.

Esta conversación tuvo lugar más o menos a mediados de marzo de este año, en la cafetería del hospital.

Aquel día, como hoy, era un día radiante.

No recuerdo con exactitud el día de la semana, pero cabe la posibilidad de que fuera un viernes.

Ella hizo un comentario sobre la vista que se veía a través del ventanal, sobre lo deprimente que era.

Es cierto que la vista quizás no era demasiado idílica: los bloques de una ciudad-dormitorio, una gasolinera, otro hospital, una autovía…

Le contesté que el tener una visión del exterior era mejor que no tener ninguna vista…

Hacía poco que había prestado temporalmente servicio en una institución cuyas instalaciones eran grises.

Grises las paredes, gris la moqueta, gris el techo, y los ventanales, los pocos que había, con cristales tintados marrón oscuro y con cortinas permanentemente echadas…

Las luces, todas frías: fluorescentes, pantallas de ordenador…

Los sonidos… el zumbido de los ventiladores de los PCs, el ruido del acondicionador de aire, el susurro de las conversaciones, algún teléfono con tonos discretos…

Cuando acabó mi prestación de servicios, pensé que la gente que aceptaba trabajar en un entorno tan hostil –por deprimente- necesariamente, en un tiempo, también acababa siendo gris.

Yo no podría resistirlo, cambiaría de empleo sin dudar.

Relaté mi experiencia a este profesional, y le comenté que debía considerar una suerte trabajar en un lugar donde la gente era polícroma y brillante, pudiendo gozar de visión al exterior del centro.

Añadí que era una suerte trabajar en un lugar que busca el bienestar a través de la salud de las personas…

¿Cuál es la línea que separa la brillantez de la mediocridad?

Todos tenemos nuestro propio baremo.

Para mí la persona brillante es aquella que, independientemente de su entorno, es capaz de crear y emocionar.

Se puede ser brillante profesionalmente, también se puede ser personalmente.

Y si lo es en los dos entornos, laboral y personal, ¡no sabes la (sana) envidia que tengo!

Ser brillante no significa necesariamente ser un triunfador, significa ser un referente en alguna área vital.

Significa respetar y estimar, significa ser respetado y querido.

No significa ser temido.

P.D. Por cierto, la profesional me agradeció “que le alegrara el día”, y marchó para seguir trabajando en su área. Aunque la he visto por los pasillos, no he vuelto a hablar con ella.