Redecorando mi vida.

En el post anterior os hablaba de cambios que sucedían en mi vida, y en el de hoy me gustaría ahondar un poco más sobre dos de ellos, los que se refieren a trabajo y vivienda.

Si empezamos por el trabajo, debo decir que mi llegada a Doctoralia ha sido muy cálida, y desde luego, una cultura de empresa muy alejada de lo que hasta ahora había vivido. La primera semana, como a todos os debe haber pasado alguna vez, fue tensa, no porque hubiera ninguna urgencia ni tensión especial, sino porque normalmente cuando llegas a una nueva organización, debes ubicarte y sentirte ubicado: observar las relaciones de poder, calibrar las dinámicas de grupo, ver el estilo de trabajo. Realmente, en este aspecto, poco convencional. 

También es cierto que debido a esta tensión -y combinado con todo lo relacionado con la vivienda- llegaba mucho más cansado de lo habitual, tanto, que hay quien se ha sentido molesto por mi aparente apatía. Afortunadamente en todos los casos, menos en uno, se ha podido quedar, hablar, explicar y mostrar mi cara habitual, más relajada y amable. 

Recibí felicitaciones, de una manera u otra, de todos vosotros, con alguna excepción notoria... Actualmente ya estoy a pleno rendimiento, sin ningún tipo de tensión, y llego mucho más descansado y fresco a casa. :-)

Y de la casa os quería hablar a continuación.

Tener una vivienda, un refugio, es una necesidad atávica, que desde que se produjo mi divorcio en julio de 2011 estaba resuelta provisionalmente. Llegaba el momento de independizarse, de hacerse mayor y volver a salir del nido.

He alquilado un ático en el Eixample, amueblado, muy céntrico, pero sobre todo, acogedor y luminoso; he estado demasiado tiempo encorsetado, ligado a ambientes oscuros y necesitaba - y sigo necesitando- que entre el sol a raudales, en mi casa, en mi vida, y en mi alma.

Las paredes están pintadas en tonos pastel, y permiten que la luz ejerza un efecto multiplicador positivo en el ánimo de quienes vamos a habitar la vivienda. Ya tengo identificadas mis zonas de trabajo, de esparcimiento, de comida y de descanso. Fácilmente podéis imaginar que me estoy dedicando a completar las lagunas que puedan faltar en el piso.

Desde un punto de vista tecnológico, está repleto de tecnología punta: os puedo aburrir con las certificaciones THX, televisores que se manejan con gestos y desde el móvil, con apps, sistemas de audio que superan sin problemas la prueba de la onda cuadrada o de la electrónica de ataque ejecutada con componentes discretos de grado audiófilo... o cafeteras certificadas para crear el mejor espresso posible.

En un lenguaje más asequible: se pueden ver películas en HD o 3D con una calidad de audio y video igual o en algún caso superior a la de una sala multicine; se puede escuchar música con un grado de calidad y precisión tal que creerás que tienes el instrumento delante; puedo ver la tele en el iPad porque me sirve la señal en streaming el propio televisor o escuchar cualquier lista de reproducción de Spotify sin cables a través del mismo equipo de sonido. En cuanto a ordenadores, todo mi arsenal Apple viene conmigo y lo he completado con una impresora multifunción compatible con AirPrint.

Y lo mejor de todo esto es que cualquiera de las opciones del arsenal que tengo a disposición la puede ejecutar mi hija pequeña, porque de lo que se trata es de que la tecnología sea tan transparente como el aire que respiras; porque la tecnología se nota cuando no funciona; porque de lo que se trata es de que quien entre en mi casa sienta que menos es más, y que silenciosamente y sin problemas pueda usar todas las opciones de entretenimiento posibles. 

Todo está calculado y pensado para sentirme y haceros sentir a gusto desde el primer minuto. Estoy a punto de finalizar la construcción de mi hogar, mi reducto, mi castillo, un sitio cálido, agradable y donde sólo permitiré la entrada a quien luzca la mejor de sus sonrisas.

También quiero dejar claro que los cambios que anunciaba hace unas semanas implican un nuevo estilo de vida, pero no implican dejar atrás a nadie: tan sólo se queda atrás quien quiere y por voluntad propia.

Para finalizar, no se trata de tener, sino de ser, y de estar. Desde mi divorcio, cuando dije que mis todas mis pertenencias deberían caber en dos maletas, hasta ahora, ha llovido un poco. Probablemente ahora necesitaría una habitación de almacenaje de unos 3 m2 para guardar todo lo que poseo, pero tampoco quiero mucho más, pues no quiero crecer en posesiones, sino en experiencia; atesorar libros y recuerdos; intercambiar conocimiento; volver a sentir la incomparable emoción de amar y ser amado; y sobre todo, vivir intensamente el tiempo que me quede...

Porque me queda un año menos: hoy, hace muchos años, en un país muy diferente a este, nacía en la Lactancia Municipal un niño con el pelo muy rizado, al cual pusieron de nombre Rafael...