Preguntas difíciles: vacunas.


Imagen de una niña afectada de viruela en Bangla Desh, 1973.
Fuente: CDC
Ayer me tocaba pasar la tarde con mis hijas y tras recogerlas a la salida del colegio me las llevé a Tarragona... a ellas les encanta la historia y pensé en dar una vuelta por el Anfiteatro, el Circo y por los alrededores; el día era espléndido y apetecía estar al aire libre.

Y mientras paseábamos, mi hija mayor me comentó que tenía unas molestias que si bien no creo que representasen una urgencia, quizás debido a su historial era conveniente agendar una visita con su pediatra, así que le comenté que se lo dijese a su madre -ellas viven con mi ex-mujer a 70Km al sur de Barcelona- para que la llevara a su pediatra de referencia.

-Es que la doctora XX no me gusta. - me suelta mi hija
-¿Cómo que no te gusta? ¡Si es muy buena! -le respondí.

Además, es cierto. La doctora XX -permitidme que no revele su nombre- es una pediatra formada y vinculada con el Hospital Sant Joan de Déu, es una gran profesional -categoría crack- y que tiene aquello que distingue a un gran médico, ser un buen clínico y al mismo tiempo una persona excepcional. Añadiré que confío ciegamente en su criterio y que cuando en algún momento me he mostrado como e-padre -pues lógicamente la paciente es mi hija-, me ha guiado con paciencia y sabiduría.

-Pues no quiero ir con ella.
-Pero, ¿por qué? ¿Cuál es la razón?
-Es que si voy me pondrá la vacuna de los nueve años, y no quiero que me la ponga.
-Cariño, vayas al pediatra que vayas te la va a poner, es obligatorio.
-¿A tí cuando eras pequeño te pusieron vacunas?
-Pues sí, me las pusieron todas. Incluso de mayor. -recordando alguna antitetánica reciente- ¿Sabes para qué sirven las vacunas?
-Pues no.
-Sirven para que no cojas enfermedades. Te inyectan virus muy débiles o muertos, para que el cuerpo cree anticuerpos y así esté preparado y no te pongas enferma.
-¿Ah, sí?
-Sí. La primera vacuna de la historia fue la vacuna de la viruela y la administró por primera vez un médico inglés que se llamaba Jenner hará unos 300 años. ¿Y sabes una cosa? Hoy día la viruela ya no existe. Nadie se pone enfermo de la viruela. Antes moría mucha gente por ella, ¿sabes? 
-¿En serio?
-En serio. Tanto es así que hace años que  ningún niño se le vacuna de la viruela, porque ya no existe la enfermedad. Si de repente volviera, moriría mucha gente, porque ya no estáis vacunados.
-¿Y como se llamaba la última persona que enfermó de la viruela?
-Pues no lo sé, pero si te interesa lo buscaré para decirte quién fue, y creo que fue en Irán. -cuando llegué a casa busqué y leí que el último caso fue en realidad en Somalia, y el último paciente con viruela se llamaba Ali Maow Maalin, detectado el 26 de octubre de 1977.
-¡Ostras!
-¿Lo has entendido, Júlia?
-Sí
-¿Algún problema con la doctora XX?
-No me gusta que me pinchen, pero no quiero caer enferma.

¿Os he dicho que me encanta explicar cosas a mis hijas? :-)

P.D.: Quizás el contenido no sea muy científico ni ajustado a evidencia, pero creo que es la explicación más adecuada para una niña de 9 años.

Némesis.

Una de las cosas que más me sorprenden son las reacciones que generan mis post y el modo en que me llegan dichas reacciones; me encuentro con los comentarios que dejan en el blog -y afortunadamente, de los más de 600 comentarios que han dejado sólo he tenido que moderar en tres ocasiones, una de ellas a petición del propio autor del comentario-, los comentarios en los retweets de Twitter o en Facebook, algunas veces mensajes directos de Twitter, o por Whatsapp, y últimamente a través del chat de Apalabrados. 

 No dejan de ser canales diferentes que pretenden hacer llegar la opinión, sentimientos y emoción que puede despertar uno de estos post, y me gustaría enfocar vuestra atención sobre dos de los últimos post, "Futuro" y el post que escribí conjuntamente con Esther Gorjón, "Tan cerca...".

En "Futuro" hablaba del miedo que nos genera la incertidumbre, mientras que en "Tan cerca..." puse un ejemplo -declararte por Whatsapp- que fue el que generó comentarios en el post y por DM -mensaje directo de Twitter-, y que incluso mereció algunos minutos de conversación en el transcurso de una apacible charla con Frederic Llordachs.

La combinación del miedo descrito en el primer post, junto con el uso de Whatsapp descrito en el segundo es lo que da pie al texto de hoy.

Cabe reflexionar -mucho además, porque aunque no lo parezca soy un gran tímido- en el papel que tienen los sistemas de comunicación actuales; con respecto a la conversación uno a uno -cuando se usan métodos como los chat de Skype, Whatsapp, Viber, Gtalk, MSN Messenger o incluso SMS- en general, los usuarios que usan estos sistemas de comunicación se muestran más desinhibidos y muestran una mayor franqueza que si la misma comunicación se produce de manera presencial.

Así no es extraño que la misma persona que por Whatsapp se muestra franca, expansiva e irónica se convierta presencialmente en alguien plano y anodino, sencillamente porque tiene un miedo cerval a las reacciones que su interlocutor presencial pueda tener si mantiene su discurso virtual, sin pensar que probablemente el interlocutor divertido y simpático de Whatsapp, debido a ese mismo miedo, se convierte en alguien soso y aburrido, y que adopta de paso una actitud defensiva.

Quizás sea el tener una cómoda lejanía, quizás no enfrentarse a una mirada inquisitiva, tal vez saber que te puedes retirar en cualquier momento sin necesidad de dar muchas explicaciones; también es cierto que muchas veces estas sesiones de chat pueden ser un estupendo simulador para conocer mejor con quién nos comunicamos y cómo reaccionan a lo que decimos, un banco de pruebas casi perfecto y con un coste emocional mínimo.

Tendemos a pensar en quien se comunica con nosotros como si fuera nuestro némesis, cuando la verdad es que nuestro némesis reside en nosotros mismos.

Tan lejos...

En el post anterior introducíamos los conceptos de tribus y manadas, y su incidencia en las RRSS, así como el concepto de ruido ambiental, o más bien de la ausencia de ruido, como factor diferenciador de la comunocación entre personas.

Suponemos que este debe ser uno de los factores que nos hacen estar “enganchados” a las Redes Sociales y que nos llevan en ocasiones a intimar -y no me refiero al aspecto sexual, sino personal en general- con “desconocidos” a través de internet, llegando a contar o confiarles cosas que no hacemos con nuestros familiares o amigos o que no nos atreveríamos a decir si tuviéramos delante a esa persona.

Cabe decir que en muchas ocasiones, podemos necesitar comunicación con gente de nuestro círculo que en ese momento no están disponibles, y por tanto, encontrar un espacio donde siempre haya personas en estado ”always on” puede ser sumamente atractivo. Por otro lado, hay dos tipos de personalidad en la que una RRSS puede crear una cierta adicción: tenemos por un lado a las personas que tienen un déficit en la capacidad relacional -en el seno de un grupo convencional, no tienen las capacidades relacionales y comunicativas suficientes como para participar en la dinámica de grupo- y por otro lado tenemos a la personalidad introvertida y solitaria, a la que es más fácil establecer algún tipo de lazo a través de RRSS que no por métodos convencionales. 

Las Redes Sociales nos permiten conocer gente -al menos virtualmente- y relacionarnos de una manera fácil, cómoda incluso. No tienes que arreglarte, vestirte, ni peinarte para estar presentable. Además, no exige ni siquiera que la otra persona/s esté conectada simultáneamente para poder entablar una conversación y existe la posibilidad de realizar otras tareas de manera simultánea, lo cual, en los tiempos que corren, supone una ventaja.

Otra cuestión es, ¿nos atrae más relacionarnos con desconocidos que con personas que ya conocemos y pertenecen a nuestro círculo social? ¿Influye esto en nuestra necesidad de “estar permanentemente conectados”? 

Quién de los que habitualmente usa las Redes Sociales no ha sido criticado por algún familiar o amigo -generalmente no usuario de RRSS- por estar enganchado al móvil o al ordenador todo el día. ¿Incomprensión?

Las Redes Sociales, ese gran invento que nos acerca a esas personas que no conocemos a veces a miles de kilómetros de distancia; que nos permiten expandirnos en el ámbito personal y laboral; que nos tienen fascinados con la cantidad de posibilidades y mejoras que traen a nuestras vidas; ¿nos aíslan de nuestro entorno más cercano?

¿Adicción, abuso o simplemente uso? La adicción a Internet se ha identificado como una conducta patológica cuyos síntomas -no todos- pueden ser encontrados en la población normal. La adicción a las Redes Sociales no es posible definirla en base a la cantidad de horas que pasamos conectados, sino que, como cualquier otra adicción, supondrá una serie de cambios en la personalidad, disminución del rendimiento laboral o académico, entre otros, que interferirían de manera importante en nuestras actividades cotidianas y no seríamos capaces de disminuir su uso a pesar de las consecuencias negativas que nos pudiera acarrear.


Permanecer navegando más tiempo del que habíamos calculado antes de acceder a la red, no notar el paso del tiempo mientras hacemos uso del ordenador, ocultar a nuestra familia o amigos el uso excesivo que hacemos de la red, usar el ordenador en detrimento de nuestras relaciones personales, descuido de las tareas cotidianas. ¿Te suena? Son algunos de los síntomas de alerta que los psicólogos identifican en los potenciales adictos a la red.

Si no es adicción o dependencia, ¿es abuso? ¿Es por ello que frecuentemente nos vemos obligados a hacer una desconexión voluntaria? A menudo leemos a nuestros contactos -en la red- quejarse sobre el tema de la “hiperconectividad” y afrontar esa desconexión como algo necesario.

Quizá sea algo más que necesidad. Quizá realmente nos sentimos un poco culpables ya que debido al tiempo que pasamos conectados -por el motivo que sea, personal, laboral o lúdico- nos estamos perdiendo todas las cosas que pasan a nuestro alrededor, estamos dejando a un lado a quienes nos acompañan en nuestro viaje real, en nuestro día a día. Quizá sea cierta su queja del tiempo que pasamos conectados, atendiendo nuestras “obligaciones” virtuales, y no solamente una falta de comprensión “porque ellos no lo han probado”.

Las redes sociales tienen muchas ventajas, muchas. Nos permiten hacer cosas que de otra forma serían imposibles, nos ayudan en nuestro trabajo, en nuestro negocio, en los estudios. Nos permiten conocer personas con nuestras mismas inquietudes, hacer buenos amigos. En ocasiones nos sirven de terapia. Grandes posibilidades, sin duda. Pero no olvidemos que las cosas reales necesitan nuestra atención y no sólo nuestra presencia.


No olvidemos que ninguna red social, ninguna tecnología existente, puede suplir una carícia, un beso o un abrazo; y tampoco nos permitirán recuperar el tiempo -quizás invertido, quizás perdido- en el que sencillamente no hemos estado con nuestra familia, con nuestros amigos, ese tiempo en el que no hemos visto crecer a nuestros hijos; y no es porque físicamente no hayamos estado con ellos, sino porque nuestro espíritu, a través del smartphone, del ordenador, de la tablet, estaba lejos, muy lejos.

Aprended a conjugar lo mejor de ambos mundos.

Escrito en colaboración con Esther Gorjón, editora de Signos vitales 2.0. 

Fuentes:

Tan cerca...

La necesidad de comunicarse y entablar contacto con los demás es algo inherente al ser humano. A lo largo de la historia el hombre ha creado varias formas de comunicarse en el empeño de vencer distancias para poder expresar sus ideas y pensamientos. Cada día que pasa Internet demuestra las posibilidades como medio para comunicar a las personas entre sí. Si el email fue una revolución, las Redes Sociales parecen capaces de desbancar cualquier otro medio de comunicación habido hasta la fecha, haciendo más palpable la llamada Teoría de los seis grados de separación, aquella que establece que todas las personas del mundo se hallan conectadas entre sí a través de no más de seis individuos. 

¿Pero de dónde surge esa necesidad de estar conectados? 

Surge de una característica inherente al hombre, y es que en el fondo, el ser humano es un animal social; no somos los más rápidos, ni los más fuertes, ni los más ágiles, ni tenemos los sentidos más desarrollados, así que para sobrevivir el hombre debe cooperar con otros miembros de la especie, y es así como primero, pueden dar cabida a sus necesidades alimentarias mediante partidas de caza, y después, defenderse de otros depredadores primero, y de otros grupos humanos después. 

Existen en otros mamíferos superiores el concepto de manada, en la que también se establecen mecanismos cooperativos de caza y defensa, y con un intercambio muy limitado de información entre sus miembros, intercambio que es muy superior en calidad y cantidad cuando hablamos del ser humano. 

También encontramos otros ejemplos de manadas en otros animales, como pueden ser las abejas o las hormigas, y en estos dos casos existe también una organización social muy rígida. 

Volviendo al ser humano, poco a poco estas agrupaciones en las que se daba respuesta a necesidades vitales de alimentación y defensa permitieron crear lazos de afinidad entre sus miembros, afinidad que fue reforzada por el hecho de vivir en un determinado sitio, como podía ser en una cueva o al lado de un río -afinidad por territorio-, por tener alguna característica física distintiva -vestido, color de la piel, ojos y/o pelo, altura, o bien por el tipo de vestido o alimentación-, o por afinidad con algún miembro del grupo, que habitualmente también asumía el rol de líder. 

Y la pertenencia a una tribu tuvo un factor de afinidad adicional, la sangre, los nacidos en el seno de la tribu eran automáticamente miembros de pleno derecho de ella. 

En aquellos lejanos tiempos, pertenecer simultáneamente a más de una tribu no estaba bien visto, las más de las veces se consideraba traición y el desdichado que no lograba escapar a tiempo era vilipendiado aunque habitualmente era ejecutado. 

El factor afinidad, el factor de cohesión puede haber cambiado a lo largo de estos siglos, pero la fuerza implícita que habilita la afinidad permanece, y es la capacidad de comunicar emociones. 

Hoy día -afortunadamente- se puede pertenecer a más de una tribu sin perder por ello la amistad ni la vida, y se pueden establecer mecanismos de colaboración entre diferentes tribus; como ejemplo, decir que Esther es simpatizante del Real Madrid y Rafa del Fútbol Club Barcelona, y en cambio, son capaces de cooperar peer to peer en la redacción de este post o en colaboraciones con Diferénciate, por ejemplo, sin tirarse los párrafos por la cabeza... ;-) 

Y llegan las redes sociales: la mejor definición que conozco es la de “amplificador de la capacidad relacional del ser humano”, y nos permiten mantener relaciones que tradicionalmente  eran uno a uno usando métodos convencionales -como cartas, telegramas o teléfono- a un modelo uno a varios, en que la difusión de un mensaje puede ser exponencial -viral- a poco que usuarios clave con una reputación establecida propaguen el mensaje original. 

Una red social también conoce de afinidades, sean de profesión, ocio, cultura, sexo; aquello que nos provoca afinidad en una relación convencional face to face, también la provoca a través de la red social. 

Ahora bien, uno de los factores diferenciales de las redes sociales con respecto a las comunicaciones presenciales es la ausencia de ruido, y me explicaré: en una comunicación cara a cara, nuestro cerebro analiza la información verbal que suministra nuestro interlocutor de manera consciente, así como la información no-verbal, tanto lenguaje postural como inflexiones en el tono de voz, entre otros, para determinar el grado de emoción contenida en el mensaje que recibimos, y donde podemos percibir la afinidad, la amistad, el amor, el engaño, la traición o la envidia; de hecho se calcula que el 70% de la fuerza de un mensaje hablado viene precisamente de la capacidad de uso del lenguaje no-verbal, un lenguaje que se genera de manera inconsciente. 

En cambio, en las redes sociales no tenemos el lenguaje no-verbal, y por tanto, nuestro cerebro, hábil en completar los gaps de información faltantes en una tarea convencional - de ahí el uso de los verbos suponer, adivinar, creer- intentará completar la información haciendo análisis del uso de emoticonos, de las construcciones gramaticales, de los signos de exclamación... lo cual muchas veces puede ser una actividad tan fidedigna como la lectura de los posos de las tazas de té. 

Al existir esta tarea adicional de completar los fragmentos de información, tenemos un efecto secundario interesante desde el punto de vista de marketing, y es que dicha reconstrucción necesita de una atención desmedida de nuestro sistema límbico, lo cual tiene como consecuencia que nos volvemos más vulnerables desde un punto de vista emocional. 

Si le digo a alguien “Me gustas” -desde un punto de vista de seducción / conquista- cara a cara, mis ojos transmitirán emoción, mis manos y mi cuerpo probablemente ofrecerán una postura más cerca de la caricia que no amistosa, y la entonación también será diferente a la habitual: señales que por parte del interlocutor probablemente sean recibidas como auténticas; el ruido del lenguaje no-verbal ayuda a completar el mensaje. 

Si le digo a alguien “Me gustas” por Whatsapp, no habrá más lenguaje adicional que los emoticonos que de manera voluntaria -y por tanto controlada- pueda ir insertando en el mensaje, y todo depende de la capacidad del interlocutor en interpretar, o filtrar, la información que le está llegando. 

Dicho de otro modo: al no existir ruido, la emoción experimentada por el mensaje se amplifica, pues no existen puntos de referencia como puede ser el lenguaje no-verbal que puedan matizarlo, con lo que la emoción generada es considerablemente mayor. 

Continuará... 

Escrito en colaboración con Esther Gorjón, editora de Signos vitales 2.0.

Futuro.

El sol primaveral acariciaba con sus tenues rayos la mesa del restaurante donde estábamos comiendo, situados en una sala discreta y al albur de miradas no deseadas; compartía mesa y mantel con una persona maravillosa, generosa como pocas y a quien debo mucho.

La conversación giraba sobre temas ligeros y al mismo tiempo trascendentes: trabajo, familia, hijos, amigos comunes, tras lo cual, nos quedamos en silencio durante unos segundos que parecieron eternos; entonces ella me miró a los ojos y me dijo "Rafa, tengo miedo... el futuro me da miedo".

No es la primera persona, ni la única, que a lo largo de estos cinco meses que llevamos de 2012 me hace un comentario similar; vivimos en tiempos inciertos, de franca zozobra, en la que el futuro nos aterra, pero no por futuro sino por desconocido y porque intuimos que no nos depara nada bueno.

Y es que el hombre es animal de costumbres, adictos a las zonas de confort, de las cuales nos cuesta movernos y es por eso que somos generalmente reacios a los cambios -recordad el refrán "Más vale malo conocido que bueno por conocer"-; y nuestra mente, como mecanismo de defensa ante aquello que percibe como desconocido, activa aquella emoción a la que llamamos miedo.

El miedo es, en realidad, un mecanismo de defensa cuya función principal es la de preservar la supervivencia del individuo; nos hace más conservadores, más prudentes y hace que en general, en situaciones de estrés y riesgo optemos por las soluciones menos lesivas.

Afortunadamente hoy en día, las situaciones en las que el miedo actúa como moderador en situaciones de riesgo vital no se dan con mucha frecuencia; en cambio si se activan cuando hay un riesgo de cambio de ciclo vital, y es cuando nos vemos abocados a enfrentarnos con aquello que percibimos como desconocido.

Tener miedo es una emoción normal, compartida con otras especies de mamíferos superiores; y francamente, no creo que de los que dicen que no tienen miedo a nada realmente no conozcan esta emoción; en suma, no es malo tener miedo, pero es mucho mejor gestionar ese miedo.

Cabe decir que no veo al miedo como una emoción unitaria, sino que se podría diferenciar  en diferentes tipos de miedo: desde el miedo provocado por un cambio vital traumático, como el provocado por una pérdida de empleo, de status económico o social, de un ser querido -incluídos defunciones, separaciones y divorcios- y que podría superponerse a la sintomatología de un trastorno adaptativo por duelo, hasta los miedos debidos a inseguridades, ya sea profesionales o personales, y que en algunas ocasiones hacen que anticipemos un dolor que en muchas ocasiones no se llega a producir, y por ende imprimen a todos y cada uno de nuestros actos de una prudencia que, a veces, puede resultar excesiva.

De ahí que cuando pasamos por una situación en la que nos sentimos débiles busquemos en nuestro entorno a quien nos pueda aportar certidumbre dentro de la incertidumbre, a quien creamos que tiene "la visión de los mil metros", al decir de los Marines; en suma, a aquellos a quienes atribuimos la visión del futuro, que es lo que realmente nos produce inquietud por desconocido... y quizás ello explicaría también esta especie de "eclosión" de videntes, tarotistas y similares que ocupan espacios en prensa y TV, en un -vano- intento de anticipar lo que el futuro nos depara.

Nos olvidamos fácilmente que el segundo siguiente al presente ya es futuro, y que a pesar de todo, la vida continúa, y que en la mayoría de los casos, como adultos, hemos tomado el control de nuestras vidas y por tanto, hasta cierto punto podemos modelar nuestro futuro, tanto en positivo como en negativo, pues la suma de las decisiones que vamos tomando van a condicionar ese mismo futuro; olvidamos que muchas veces tenemos los resortes para cambiar esos condicionantes, y que a nuestro lado siempre hay quien puede ayudarnos a cambiar nuestro curso vital.

Olvidamos que fijarse metas está muy bien, siempre que seamos lo suficientemente flexibles y pacientes, pues no siempre la línea recta es también el camino más corto ni tampoco el más rápido para alcanzar aquello que queremos; os recuerdo que vivimos en un universo multidimensional que desde el punto de vista matemático es un universo no-euclidiano; olvidamos que las cosas no son blancas o negras, pueden tener como color distintivo una gama infinita de grises, aunque prefiero pensar que esos grises pueden ser en realidad los colores del arco iris; olvidamos que es muy importante aprender a relativizar, lo que nos dará una mejor visión de nuestro entorno y de nosotros mismos, pues muchas veces creemos vivir en el infierno cuando en realidad, a nuestro alrededor, florece la primavera.

También olvidamos que algunas veces no necesitamos fijarnos metas, sino dedicarnos a vivir sin fijar ninguna meta y disfrutar del día a día, que es algo que cada vez olvidamos más; nuestros hijos crecen y vemos como nuestras sienes poco a poco se tiñen de escarcha y cuando nos damos cuenta ya es tarde para lamentaciones.

Así que os invito a que gestionéis vuestros miedos, a que no anticipéis el dolor, a que estéis dispuestos a cometer errores y y a aprender de ellos; haceos más sabios, más fuertes, más libres y no temáis al rechazo.

Aprended a vivir.

Aventuras y desventuras de un papá informático en Perú.

En la segunda mitad de enero me tuve que desplazar por motivos profesionales a Perú; no puedo explicar mucho de lo que estuve haciendo por allí porque estoy sujeto a secreto, aunque si puedo decir que he aprendido mucho.

Pero hablar de mis actividades profesionales no es el foco de este post, sino explicar mi experiencia como padre de dos niñas de 9 y 7 años que quiere mantener el contacto con ellas a 6 husos horarios y 14.000 Km de distancia de ellas.

Unas semanas antes de partir estuve informándome de las condiciones de seguridad, estado de las telecomunicaciones y otros detalles que, aunque puedan parecer nimios, para mi eran de suma importancia.

La información que conseguí apuntaba a que existían redes GSM / 3G maduras, al menos en las grandes ciudades, y que las condiciones de seguridad -mejor dicho, inseguridad- aconsejaban que dejara mi LG Optimus 2X en España y que fuera con un teléfono GSM básico, un Siemens M55 libre del año 2006, con una SIM prepago, en este caso, de Orange y con la tarifa Mundo.

Puesto al habla con Orange a través de su teléfono de contacto 470, pedí información sobre si era posible llamar a España a un precio razonable con una tarjeta prepago y la respuesta fue afirmativa.

-"¿Seguro?" -pregunté.
-"Sí, sí." -me contestaron con entusiasmo.

Así que partí hacia Lima, vía París, con un terminal básico y una tarjeta prepago. Desde el aeropuerto Charles de Gaulle de París pude llamar a mis hijas, pero cuando aterricé en el aeropuerto de Lima, 11 horas después, no pude hacer ni una sola llamada más, teniendo suficiente saldo para hacerlo -más de 20€-, como pude comprobar más tarde vía web en el hotel.

Match point para Orange.

Tuve que activar el plan de contingencia A, que consistía en adquirir una SIM prepago de un operador móvil peruano y sustituir la SIM de Orange por la peruana.

Pregunté a mis colegas peruanos, y me explicaron que las operadores móviles dominantes en Perú eran Movistar y Claro; me recomendaron vivamente Claro, básicamente por el poco importante detalle de que las tarifas de Movistar Perú eran 3 veces más caras que las de Claro.

Pedí que al salir de la clínica me llevaran a un distribuidor de Claro, yendo a parar a la tienda que Claro tiene en el Ripley de la Avenida de Canadá, y allí pedí una SIM prepago, expliqué para qué la necesitaba y me dijeron que sí, que podría llamar a España a buen precio.

-"¿Seguro?" -pregunté, enarcando mis cejas.
-"Sí, sí." -me contestaron con entusiasmo.

Así que cargué el equivalente a 30€ de saldo, y me dispuse a realizar a la mañana siguiente, mediodía en España, la primera de las llamadas.

Como se puede comprobar, me asignaron una SIM con la Tarifa Juerga... :P

Las conversaciones con mis hijas suelen ser cortas, de entre 3 y 5 minutos diarios, pues ellas muchas veces no tienen grandes cosas que explicar y yo tampoco... es ahora que empezamos a hablar más tiempo.

El caso es que sólo pude realizar dos llamadas, a la tercera me dijo que ya no tenía saldo. Extrañado, acudí a un grifo -una gasolinera, en argot del Perú- y cargué el equivalente a 30€ más... con el mismo resultado: apenas 6 minutos de conversación y se acabó el saldo. 

Volví de nuevo al grifo, hice una nueva recarga de 30€, pero esta vez lo que tenía en mente era diferente.

Plan de contingencia B: VoIP, usar Skype a través de Internet Móvil para hacer llamadas a precio reducido, pero para ello me debía comprar un smartphone que tuviera soporte de Skype, y para mí la elección era clara: un smartphone Android, sistema operativo que conozco muy bien. 

Debo decir que la cobertura de datos en Perú es excelente y que en las grandes ciudades hay despliegue de 4G; yendo hacia los Andes, encontré que había una buena cobertura 2G/3G.

Acudí de nuevo a la tienda Claro de Ripley, pregunté por paquetes de datos prepago pero me dijeron que no existían, no obstante, el precio por mega, me aseguraron, era muy barato.

-"¿Seguro?" -pregunté, enarcando mis cejas aún más.
-"Sí, sí." -me contestaron con el mismo entusiasmo.

Los precios de smartphone en aquella tienda eran prohibitivos, por decirlo de una manera amable.

Ahora bien, ¿dónde encontrar un smartphone Android libre a un precio razonable? De nuevo pregunté a mis colegas, y la respuesta fue Polvos Rosados; así que fuimos hacia allí, y dentro de las múltiples tiendas que encontré de telefonía, encontré un Samsung Galaxy Mini, libre, de color blanco, y tras regatear un poco, conseguí el móvil, funda de silicona y protector de pantalla por un poco menos de 160€ al cambio.

Más contento que unas castañuelas, me dirigí de nuevo al hotel y cuando llegué a la habitación, me dispuse a descargar Skype -un paquete que pesa unos 8Mb- a través de 3G, pero no llegó a descargar ni el 70% del paquete, acabando el saldo... ¡Inaudito! No había hecho ni una sola llamada.

Plan de contingencia C: fiarme de mi instinto. Me fui a la web de Claro, donde claramente indicaban la existencia de un plan de datos prepago, y que lo podría contratar... con saldo, porque no se podía cargar a tarjeta de crédito o débito.

El plan elegido.

Acabé de descargar Skype a través de la wifi de la planta baja del hotel -el estado de las comunicaciones de este hotel merece no un post, sino mucho más, por lo deplorable- y la siguiente llamada ya la pude hacer por Skype, pero seguía con mi objetivo de conseguir el plan prepago; fui de nuevo al grifo, volví a cargar saldo, y esta vez sí, ya pude hacer llamadas vía Skype, e incluso, a través de una llamada Viber sobre 3G, sostener una conversación de 20 minutos con mi querida amiga Montse Carrasco en el día de su cumpleaños.

El paquete era de 700 Mb, y el día antes de partir, mi consumo había sido de...

Mi consumo de datos tras una semana de uso de Skype, Viber, Whatsapp, Twitter y Facebook.

Cuando vuelva a Perú, ya sé que debo cargar saldo en mi número de móvil peruano y contratar el paquete de datos prepago por la web; sé que aunque hay inseguridad, puedo llevar un smartphone, siempre y cuando controle que no en todas partes puedo usarlo, ni tampoco hacer ostentación del mismo.

Ahora ya sólo me tendré que preocupar de explicar a mis hijas, como hice en enero, que mientras yo desayunaba, ellas comían, y que cuando yo comía, a ellas les leían un cuento antes de dormir; que para mí era verano mientras ellas estaban en invierno y que cuando miraba al cielo por la noche, las estrellas eran diferentes; que existen peces que se llaman borrachitos y pintadillas; y sobre todo, lo mucho que las eché de menos.

Ahora ya sólo me tendré que preocupar de traerles otro par de ponchos de alpaca.