Cuatro amigos que cambiaron el mundo.

El martes pasado estuve en Andorra con uno de mis mejores amigos, Albert, una persona muy inteligente y sabia que cultiva el arte de la conversación como nadie y del que no deja de asombrarme su insaciable curiosidad y su capacidad y valentía para hacer aquellas preguntas que todos pensamos y que, en cambio, no nos atrevemos a hacer. 

Cuando conversamos, el tiempo sencillamente se detiene, pues exploramos constantemente nuevos temas de conversación, intercambiamos inquietudes, intercambiamos conocimiento.

Así, el martes repasamos conjuntamente la actualidad económica, sanidad España vs Andorra, escasez de metales raros que impactarán en la fabricación de gadgets tecnológicos, nuevas fronteras, control de natalidad vs emigración al espacio vs triaje, cambio climático -y una atrevida propuesta de cambiar el eje de rotación del planeta- y muchas otras cosas que no vienen  a cuento y que pertenecen a la esfera más privada e íntima de dos buenos amigos.

La verdad es que este tipo de conversación -a medio camino entre la tertúlia y el brainstorming, con fundamento filosófico, moral y científico- que me encanta practicar, no tengo demasiadas ocasiones de cultivarlo y hay muy pocas personas con las que puedo tener confianza para mantener esta clase de intercambio; quizás haya más personas en mi entorno inmediato con las que pueda mantener este tipo de conversaciones; pero también es cierto que hasta hace poco no he podido disfrutar del valioso y necesario ingrediente que es el tiempo, como para tejer el entorno de complicidad necesario que dé paso a un intercambio franco y fluído de conocimiento, así que tengo esperanza -más que razonable- de encontrar más compañer@s que gusten de la conversación.

He compartido momentos así con Montse -catalizadores y social media, pero también cine y literatura, de verbo preciso usado con el arte y delicadeza de un orfebre, su conocimiento no tiene fin-; Mercè -antológico su conocimiento de Richard Dawkins y su obra, con un verbo profundo, inteligente y de ideación poderosa-; Rosa -una combinación explosiva de enfermera y antropóloga, de verbo directo y vibrante, de opiniones atrevidas sobre Eros y Tánatos-; o Francesca -de gran cultura, cuyo uso excepcional del lenguaje le permite, usando palabras engañosamente escogidas al azar, decorar los sentimientos más profundos con la más bella policromía-...

Hago esta introducción porque estaba preparando un post sobre crowdsourcing -que a buen segur va a sorprender a más de uno- cuando he tropezado con este libro, que me ha fascinado, cuya cubierta ilustra este post.

"The philosophical breakfast club" narra la historia de cuatro hombres en la Inglaterra de la primera mitad del siglo XIX, en plena era victoriana, todos formados en Cambridge y herederos espirituales de Sir Francis Bacon, otro ilustre alumno de la misma universidad, que tejieron unos fortísimos lazos de amistad. tanto, que incluso en algún caso esos lazos se convirtieron en familiares.

Les gustaba practicar el arte de la conversación, y también la buena comida, así que decidieron crear este club, reuniéndose los domingos por la mañana para saborear las más deliciosas viandas al mismo tiempo que practicaban el intercambio de conocimiento, con más énfasis en todo lo relacionado con religión, ciencia y sociedad.

Hablemos de ellos: ¿quiénes eran y qué hicieron?

El primero de ellos era William Whewell, un hombre polifacético, matemático de formación pero filósofo por convicción. Whewell acuñó el término "científico" en 1833, sugirió al geólogo Charles Lyell los nombres de las eras históricas "Eoceno", "Plioceno", y "Mioceno" y le enseñó a Michael Faraday los términos "ión", "cátodo" y "ánodo". Siendo profesor de mineralogía, escribió un libro sobre método científico que inspiró a un joven llamado Charles Darwin. Por si fuera poco, es el precursor de la ciencia del estudio de las mareas y del análisis matemático de la economía, e introdujo el estudio de las ciencias naturales como un grado universitario.

El segundo, Charles Babbage, matemático e ingeniero, en su búsqueda para diseñar y construir una máquina que pudiese ejecutar operaciones matemáticas a gran velocidad, sentó las bases de la informática moderna, de modo genérico se le considera el padre del ordenador. Llegó a crear la máquina diferencial, y trabajó en el diseño de una máquina analítica. Cabe decir que en los años 90 del siglo pasado, se construyeron dichas máquinas siguiendo los planos de Babbage, funcionando perfectamente, incluso con un módulo de impresión que era capaz de cambiar de tipografías, el espacio entre líneas...

El tercero, John Herschel -hijo de William Herschel, el descubridor del planeta Urano-, notable como químico y matemático, sobresalió como astrónomo -cartografió las estrellas del Hemisferio Sur y creó un extenso catálogo de nebulosas- y se le considera coautor de la fotografía moderna.

Y el cuarto, Richard Jones, quizás el menos brillante del cuarteto, sentó las bases académicas de la economía moderna, e influenció las ideas de protección social de John Stuart Mills y Karl Marx.

Por separado, cualquiera de los cuatro era capaz de brillar con luz propia: pero deciden ir un punto más allá.

Desde el principio, los cuatro compartieron dos convicciones:
  1. La ciencia debe basarse en una observación cuidadosa y en unas métricas exactas, que deberían beneficiar a la Humanidad.
  2. Dando ejemplo, con una energía asombrosa y siendo muy pedagógicos, ayudaron a que la ciencia pasase de ser un hobby a ser una profesión.
Y para ello no dudaron en efectuar acciones divulgativas, en buscar fondos para financiar sus investigaciones, incluso pusieron los cimientos de la colaboración multidisciplinar, porque entendieron que métodos y herramientas de una disciplina como podía ser la mineralogía, podían ser aplicados con éxito en una disciplina como podía ser la economía, lo cual requería trabajo en equipo.

Pero no tan sólo eran científicos excepcionales: tenían un concepto de la amistad -como comentaba anteriormente- extraordinario.

Por ejemplo, después de las reuniones, entre John Herschel y Charles Babbage se cruzaban cartas con la firma "Yours till death / shall stop my breath" (tuyo hasta la muerte / hasta mi último aliento). Siempre buscaban verse cuando podían, aún teniendo en cuenta que vivían en una época heroica y que el transporte no era ni mucho menos como el que existe en la actualidad. Y si estaban separados se escribían cientos de cartas entre ellos, alguna vez con emoción contenida, siempre animándose, a menudo misivas apasionadas.

Revolucionaron la ciencia y de paso cambiaron el mundo, no tanto por la suma de sus ideas y de su innegable talento, sino porque lo hicieron por amistad.

P.D. Este post va dedicado a alguien que está sumido en un pozo profundo, que ha tenido la valentía y el coraje de pedir ayuda. A esta persona especial, única, maravillosa, irrepetible: Vuelve. Te esperamos. Te necesitamos.